la naturaleza viril

Hace mucho tiempo, en el universo paralelo, la Imperial Academia Mondongueña de la Lengua se vio ante una disyuntiva fundamental que cambiaría para siempre los hábitos de expresión oral de los hablantes del idioma Mondongués. A pesar de su rimbombante nombre, la imperial academia ya no representaba ningún imperio, y todas las naciones que una vez fueron parte del antiguo imperio mondongueño se habían dedicado a descuartizar la bella y jacarandosa lengua de Mondonga, voceando, usando palabras de los indígenas regionales, creando jergas rurales y urbanas y cometiendo, en resumen, cuanto crimen de lesa corrección gramatical se les ocurría. Claro está que la Imperial Academia, jamás cejaría en su empeño de fijar y dar esplendor a lengua tan universal. Durante años, la Imperial Academia llevaba adelante la hercúlea tarea de desacreditar con argumentos de autoridad irrebatible a un grupo de díscolas hablantes de mondongueño que debatían en foros diversos sobre la conveniencia de llamar presidentas a las presidentes, poetas a las poetisas, emperadoras a las emperatrices y usar los artículos por duplicado al hablar, con la aviesa intención de igualar a hembras y varones, violando así sagrados principios de la naturaleza y del ahorro verbal, tanto tiempo defendidos por los austeros académicos.

Para no cansarlos con el cuento, mientras las cosas fueron más o menos normales, el debate discurrió como era de esperarse, entre viles atentados de las díscolas féminas y valerosas diatribas con el dedo índice en alto de los académicos y sus huestes de seguidores de la decencia verbal.

Un día, invadió a ese mundo paralelo una temible peste de disentería que, provocando una agónica expulsión de los contenidos intestinales de pobres y ricos, cultas e ignorantes, moros y cristianos, alfabetizadas e iletradas, se esparció por los continentes a una velocidad vertiginosa.

La ciencia paralela no tardó en determinar que el origen del mal era un virus en forma de diadema que atacaba al aparato digestivo y se transmitía fácilmente de un paralelo a otro. Todas las naciones se vieron abocadas a tomar medidas higiénicas pretorianas de lavado, desinfección, vigilancia policiaca electrónica y restricción de movilidad para vencer al diademavirus y la nueva enfermedad obtuvo el nombre de Síndrome Agudo Digestivo Severo de diademavirus 2, o más en sencillo: SADS Divi 2.

La repentina popularidad de las medidas autoritarias fue interpretada correctamente por algún académico avisado como una oportunidad para darle una estocada mortal a las células de terrorismo verbal y su insistente “nosotros y nosotras”. Convocada, como de rayo, a una reunión urgente, la Imperial Academia Mondongueña de la Lengua dirimió la aguda cuestión de cómo debería de decirse al SADS Divi 2: “EL” SADS Divi 2 o “LA” SADS Divi 2. A pesar del masivo empleo entre los mondongohablantes de “el SADS” o “el Divi 2” y tras una breve discusión en la que se escuchó con especial interés la disertación “Eva y el origen de todo pecado” y otra diatriba impresionante sobre el deber de preservar pura la misión de académia mondongueña titulada “La naturaleza viril del mondongueño”, la Imperial Academia dictaminó que, por tratarse de una enfermedad se la debería llamar “LA SADS Divi 2”.

Predispuestos a aceptar toda medida que los salvara de la temible disentería, desde entonces los obedientes mondongueños padecen estoicamente no solo la SADS, sino la sarampión, la cáncer, la zika, la infarto al miocardio, la eccema, la cólico miserere, etc.

Fuente: Dossier Covid-19, LL Journal 15(1), publicación con derechos de Creative Commons. Disponible en: https://lljournal.commons.gc.cuny.edu/dossiercovid19/ 

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Héctor Gamboa Goldenberg
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Héctor Gamboa Goldenberg es escritor e ilustrador.